Mona Lisa Meets Virginia/La Mona Lisa conoce a Virginia
To extend an olive branch has always been considered an act of good will. So when my dear friend, Virginia, offered me some olive firewood during one of our cherished dinners at her home in Huntington Beach, I could not say no. She’d recently had her beloved olive tree trimmed and wanted to get rid of the wood. This particular trimming had upset her because instead of the careful pruning her front yard tree usually received, this time they had butchered it, leaving it looking stumpy and bare, like trees look in the aftermath of a hurricane. I think seeing the wood they’d cut up for her fireplace reminded her of this travesty out front, so she had placed it in a Rubbermaid trash bin. Out of sight out of mind. But even seeing that trash bin still must’ve bothered her.
“Take the whole thing,” she urged me after dinner. “Trashcan and all. Just get it out of here for me.”
So following our usual ritual of dining on her perfect chicken coq au vin, then coffee in her matching china cups with saucers, and then a simple but delicious dessert, and then after retiring to the living room to chat about France in front of her elegant modern marble fireplace from another era... after all of that at Virginia’s, which always made me feel so secure and civilized, I put the plastic Rubbermaid can full of olive wood into the back of my truck and took it home to the valley for my own fireplace. I would use the olive wood sparingly, just one log to bless each fire so that it would last a couple of years. It was kind of sacred, having come from Virginia’s olive tree.
Her olive tree was the first thing you saw when you pulled up to Virginia’s tidy mid- century modern Orange County home. It was not a house, it was a home. The tree framed the front of the house, which is why she tended to it so carefully, and why she was so livid about the lousy trimming it had endured. Plus, Virginia was quite a gardener herself, even into her ‘90’s. The glass atrium in her front entryway was always full of delighted green plants that Virginia had carefully planted.
To celebrate her 90 th birthday, Deb and I traveled with Virginia and her daughter, Simone, to Paris, where Virginia had gone every year for decades. She was a true Francophile, hence the chicken coq au vin. Every time our pal Simone came from northern California to visit her mom, we went to Virginia’s for dinner and every time she made chicken coq au vin. And every time, it was perfect.
In Paris she nearly walked us to death. Yes she was 90, but she led the way to her favorite Monet in the Musée D’Orsay. She took us to the famous Louvre to meet the even more famous Mona Lisa, where everyone lined up with great reverence to get close to her. And she took us to all of her favorite restaurants. She took us to her favorite Chinese restaurant and a very French restaurant that only served soufflés; a soufflé for your appetizer, a main course soufflé, and then a chocolate soufflé for desert. Very French and very cool. It was her last trip to France and we were so glad to have experienced it with her and Simone.
After Virginia died in her late 90’s, Simone, Deb and I returned to Paris to scatter some of Virginia’s ashes in the Louvre. Now everyone had their backs turned to Mona Lisa because they were all taking selfies with her in the background. Nobody was really even looking at one of the greatest paintings in the world. They were only seeing her through their phones. What was now most important was showing everyone else that you were there. So it was YOU with the little painting over your shoulder.
After much searching for the right spot, we found an old palace patio in the museum that was now enclosed with an enormous glass ceiling. It was a giant and elegant atrium, more regal than the one in Virginia’s house. It was perfect. There were many giant planters with trees in them. Although we hadn’t formed a plan with Simone prior to our Louvre caper, Deb and I instinctively acted as decoys to distract the nearest guard while Simone slipped a handful of Virginia into the soil. It all felt very Mission Impossible.
As we were leaving the atrium, feeling a huge sense of “mission accomplished”, we turned to look back at the planter and only Virginia’s planter was beaming with rays of sunshine reaching through the glass ceiling. We stood there for minutes in awe of the holiness of it all, Virginia’s body now part of the royal atrium of the greatest museum in her beloved Paris and in the glow of a great gobo in the sky. It was as perfect as her Coq au Vin. And for a few minutes all three of us believed in God.
Ofrecer una rama de olivo siempre se ha considerado un acto de buena voluntad. Entonces, cuando mi querida amiga Virginia me ofreció leña de olivo durante una de nuestras preciadas cenas en su casa de Huntington Beach, no pude decir que no. Recientemente había podado su querido olivo y quería deshacerse de la madera. Este recorte en particular, la había molestado porque en lugar de la poda cuidadosa que normalmente recibía el árbol del jardín al frente de su casa, esta vez lo habían masacrado, dejándolo con un aspecto achaparrado y pelón, como lucen los árboles después de un huracán. Creo que ver la madera que habían cortado para su chimenea le recordó ese desastre, así que la colocó en un bote de basura Rubbermaid. Fuera de su vista, fuera de su mente. Pero ver, incluso, ese bote de basura debió haberla molestado.
“Llévatelo todo”, me instó después de cenar. “El bote y todo. Sácalo de mi vista.”
Entonces, siguiendo nuestro ritual habitual de cenar su perfecto pollo Coq au Vin, luego un café en su juego de tazas y platos de porcelana, un postre sencillo, pero delicioso y más tarde, nos retiramos a la sala para charlar sobre Francia frente a su elegante chimenea de mármol de otra época. Después de todo lo ocurrido en casa de Virginia, la cual siempre me hizo sentir tan seguro y civilizado, puse el bote de plástico Rubbermaid lleno de madera de olivo en la parte trasera de mi camioneta y lo llevé a casa en el valle para mi chimenea. Usaría la leña de olivo con moderación, solo un tronco para bendecir cada fuego y me durara un par de años. Era algo sagrado, ya que provenía del olivo de Virginia.
Su olivo era lo primero que veías cuando llegabas a la ordenada y moderna casa de Virginia de mediados de siglo en el condado de Orange. No era una casa, era un hogar. El árbol enmarcaba el frente de la casa, razón por la que lo trataba con tanto cuidado y por la que estaba tan furiosa debido al pésimo recorte que había soportado. Además, Virginia era toda una jardinera, aún a sus 90 años. El atrio de cristal de la entrada principal siempre estaba lleno de encantadoras plantas verdes que Virginia había plantado cuidadosamente.
Para celebrar su cumpleaños 90, Deb y yo viajamos con Virginia y su hija Simone a París, donde Virginia había ido todos los años durante décadas. Ella era una auténtica francófila, de ahí el pollo coq au vin. Cada vez que nuestra amiga Simone venía del norte de California a visitar a su madre, íbamos a cenar a casa de Virginia y cada una de estas veces, ella preparaba pollo coq au vin. Y cada vez era perfecto.
En París casi nos mata. En serio, a sus 90 años, lidereaba el camino hacia su Monet favorito en el Museo D’Orsay. Nos llevó al famoso Louvre para conocer a la aún más famosa Mona Lisa, donde todos se alineaban con gran reverencia para acercarse a ella. Y luego nos llevó a todos sus restaurantes favoritos. Nos llevó a su restaurante chino favorito y a un restaurante muy francés que sólo servía soufflés: un soufflé de aperitivo, un soufflé de plato principal y luego un soufflé de chocolate de postre. Muy francés y muy genial. Fue su último viaje a Francia y nos alegramos mucho de haberlo vivido con ella y Simone.
Después de que Virginia muriera a finales de los 90, Simone, Deb y yo regresamos a París para esparcir algunas de las cenizas de Virginia en el Louvre. Ahora todos estaban de espaldas a Mona Lisa porque estaban tomándose selfies con ella de fondo. En realidad, nadie la estaba siquiera mirando; una de las pinturas más grandiosas del mundo. Sólo la veían a través de sus teléfonos. Lo más importante ahora, era mostrarles a todos los demás que estabas allí. Por lo tanto, eras TÚ y una pequeña pintura sobre tu hombro.
Después de mucho buscar el lugar adecuado, encontramos en el museo un antiguo patio de palacio que ahora estaba cerrado con un enorme techo de cristal. Era un atrio gigante y elegante, más majestuoso que el de la casa de Virginia. Era perfecto. Había muchas jardineras gigantes con árboles en ellas. Aunque previamente no habíamos hecho un plan con Simone de nuestra travesura en el Louvre, Deb y yo actuamos instintivamente como señuelos para distraer al guardia más cercano, mientras Simone esparcía un puñado de las cenizas de Virginia en el suelo. Todo parecía muy “Misión Imposible.”
Cuando salíamos del atrio, sintiendo una enorme sensación de “misión cumplida”, nos volvimos para mirar la jardinera de Virginia y solo la suya brillaba con los rayos del sol que atravesaban el techo de cristal. Nos quedamos allí durante algunos minutos, asombrados por la santidad de todo eso; el cuerpo de Virginia ahora forma parte del atrio real del museo más grandioso de su amado París y bajo el brillo de un gran gobo en el cielo. Era tan perfecto como su Coq au Vin, y por unos minutos, los tres creímos en Dios.